Entre perros callejeros y tranvías desiertos,
con gatos y maletas a cuestas,
llegaba a esa estación sinlu-gar,
en medio de ese carcomido aire de humedad.
Sin embargo,
había mar, rojo, pero mar,
tenía alas e intentaba registrarlo.
Además
había muñequitas del este
y a pesar de todo
quedaban todavía bicicletas y mapas...
Y sin saberlo, como siempre
esperaba
y entonces y entre terciopelo y esperando
lloraba, también, sin saberlo.
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